martes, 7 de agosto de 2007

I'm lovin shit!



Ante todo y para ser honesto con todos vosotros debo reconocer mi admiración por ese gran manjar gastronómico de origen alemán llamado hamburguesa.
Como casi todo, los norteamericanos se apropiaron del invento y lo perfeccionaron. Le pusieron sésamo al pan, ketchup, pepinillos, algún que otro ingrediente secreto como el famoso diente de rata e industrializaron la producción para su comercialización en masa. Todo ello dio como resultado el burger en sus múltiples formas: Mcdonalds, Burger King, Kentucky, el añorado y "nostrat" Pokin's etc...
De acuerdo, saldré del armario dietético en que me encuentro y confieso que soy un consumidor de Big Mac's y de esas espantosas patatas fritas que hacen bailar samba a mis arterias coronarias. Eso no quiere decir que no me pirre por una caldereta de langosta o un menú de Adrià, pero el haber nacido durante la transición tiene su precio...

Con todo este grasiento bagaje cultural a mis espaldas, fui a ver la película Fast food nation de Richard Linklater, pensando que iba a ver una especie de segunda parte del muy recomendable documental Super Size Me. Pero el menú no fue mi agrado.
Utilizando como alegoría a la industria alimentaria en USA, la peli intenta narrar problemas actuales que generan nuestras sociedades basadas en la producción en masa: inmigración, trabajo precario, explotación laboral, explotación animal y uno de las dudas existenciales que ha acechado a la especie humana desde que al primer primate se le ocurrió dejar de comer carne cruda: ¿de qué co**nes están hechas las hamburguesas? Pues no os contestaré esta pregunta, amigos, pero sí os diré que un "condimento" del que siempre hemos sospechado está muy presente...
En general, la peli es flojísima. Linklater dispara a todo pero no acierta con nada. Muestra el drama de la inmigración mexicana y resulta ridículo. Intenta "perdonar" al ejecutivo panoli de la típica multinacional que, de golpe, se entera que está envenenando a sus propios hijos y empieza a replantearse la ética de su empresa, cuando lo que debería hacer es lapidarlo a base de nuggets por ser el auténtico grastronomicida de la historia. Vemos a "heroinómanos" como Ethan Hawke contando batallitas universitarias a su tierna sobrinita e intentando convencerla para que haga volar por los aires Wall Street. Como no puede, se conforma con liberar unas vacas con sus colegas del PACMA. Por no mencionar el perfil de los parias mejicanos que cruzan el río Grande y que hace que parezcan caricaturas de sí mismos: tontos o malos.
Es una peli sin alma, fría e inconexa en la que sólo destaco un par de escenas: una conversación que mantiene el ejecutivo panoli con Bruce Willis sobre las esencias de algunas atrocidades dietéticas made in USA. Y otra del mismo ejecutivo, interpretado por el siempre solvente Greg Kinnear de Little miss sunshine, con un ganadero interpretado por Kris Kristofferson.
Efectivamente, la peli responde a su objeto de estudio. Es como un menú barato de cualquier cadena de hamburgueserías. Te quita el hambre y aparentemente te gusta, pero poco después, la digestión se hace tan pesada que sólo añoras la verdurita y el pescado del buen cine.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

El resultado de la película es una consecuencia directa de lo difícil que es adaptar algunos ensayos a la ficción en pantalla. Esperemos que nunca lo intenten con "El Capital".
Del libro, yo me quedo con la famosa frase que se comenta: "coma...millones de moscas no pueden estar equivocadas"

Un saludo!

Quoèlet dijo...

Pues no sé, no sé... Tal vez si a Javier Bardem le ponemos unas barbas y aparece una superestrella como Bruce Willis en el papel de Engels, a lo mejor hasta reventaría taquillas y conquistaríamos el floreciente mercado norcoreano!

Es verdad anónimo, pocos ensayos han sido llevados al cine fuera del formato del documental. La verdad es que no recuerdo ninguno. Pero bueno, como bebo y me drogo en exceso sólo recuerdo cosas superfluas como el nombre de mi camello o mi marca preferida de ron...
Sólo con la frase ya vale la pena comprar el libro. Verdades así son necesarias en nuestra sociedad! :)

Anónimo dijo...

Para qué tanta diserción? ¿A caso alguno daría un vuelco a su vida, se liaria una manta a la cabeza y abandonaría el ritmo de vida que lleva, en la sociedad en la que vive, y volvería a los bosques como en Walden? No somos tan progres como pensamos o creemos o deseamos ser, estamos dentro y eso de nadar, guardar la ropa y no mojarse queda lejos de la dura realidad... Todo se reduce a lo mismo: supervivencia.

Quoèlet dijo...

Uy, anónimo 2! me has pillado...
La verdad es que vivo en una perpetua orgía de Whoper's con queso y frenesí cárnico. Además, mi auténtica vocación es la explotación del inmigrante; eso sí, soy tolerante: no me importa ni la raza, ni el color.
Y mejor será que no llegue a conocer el bosque de Walden, porque lo talo entero y construyo un parque temático para la asociación nacional del rifle.

Anónimo dijo...

Quolet, me parece magnífica la descripición de la realidad, sin pretensiones a candidato de sucesor del Capità Enciam... pero... ¿para qué hablar de tolerancia de raza y color, cuando todo el mundo, siempre tiene preferencia por detalles concretos? ¿A caso resulta inconfesable tu predilección?