lunes, 27 de agosto de 2007

Uno que llega


Cada año me pasa lo mismo. En estos días de reflexión sobre el fin de las vacaciones siempre acabo pensando en el abanico de posibilidades que me ofrece el mundo de las enfermedades para justificar una baja laboral y perpetuar las vacaciones sine die: caspa, traumatismo al cortar pan, agujetas por levantamiento de quintos, exceso de sudoración, ausencia de raciocinio empíricamente demostrable, melancolía crónica por encerrarme en un esquema laboral incompatible con mi organismo... Todas ellas tendrían que ser opciones tan dignas como una fractura de peroné. Pero poco después decido tomar conciencia de lo que me espera el resto del año. Dejo mi mente en blanco, presiono los chakras corporales adecuados, respiro con fuerza y en ese momento de contacto íntimo con Kundun exhalo: !!!HOS**A P**A YA!!! ¡¡¡NO QUIERO VOLVER!!! ¡¡¡MAMÁÁÁÁÁ!!!

En un primer momento, intento progresivamente ir renunciando a la vigilia. Me rindo a la dinámica de sueño de la mayoría de la población y trato de meterme en el sobre no más allá de las 3. De hecho, fiel a mis principios prometo por lo más sagrado que conozco (mi propio descanso), que no volveré a madrugar sin necesidad.
Estos días, acosado por la soledad que siento por las mañanas, un único pensamiento recorre mi cerebro: ¿dónde están los demás? ¿Cómo puede existir una convocatoria humana tan poderosa como el trabajo? ¿Dónde está mi croissant y mi diario? ¿Por qué no juega Henry?
A causa de todas estas preguntas sin respuesta mi débil armadura ácrata se desmorona. Claudico y caigo en las garras de una de las mayores aberraciones que pueden asolar la virtud del vago: asumir que vuelves a trabajar.

Alguien debe levantar este país.
Por desgracia, yo no puedo participar en esta maravillosa misión histórica, ya que si no puedo levantar mi propio cuerpo cada mañana, menos aún un país. Aunque eso sí, muestro entusiasmo por el proyecto y animo a los demás a que no cejen en el empeño de construir un mundo mejor.
Ahora, disculpadme, pero no me encuentro del todo bien.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Uno que se va


Con vuestro permiso, voy a coger la segunda tanda de mis vacaciones estivales. 15 días de agosto que todavía no sé dónde me llevarán, si al sur o al norte, al este o al oeste, a la Ballena Alegre o a la Ciudad Prohibida...
La vuelta al laboro será el mes de septiembre, cuando nuestro pequeño monzón de cada año azote el Mediterráneo occidental. Bueno, volveré a no ser que encuentre el verdadero misterio de la santísima felicidad en forma de euromillones, boda con Paris Hilton o herencia millonaria de esos lejanos tíos de América que toda familia mantiene en secreto.

Os dejo unos videos excelentes sobre las peores escenas de la historia del cine hechos por alguien que todavía se aburre más que yo:



Y como todo buen montaje, hay una segunda parte:

domingo, 12 de agosto de 2007

Planet terror o cómo pasar una tarde tonta de verano

Cuando el aburrimiento te invade, cuando el sopor te nubla la vista, cuando el estruendo silencio de tu móvil tortura tus oídos... En ese momento, el homo hipermoderno que todavía permanece en la ciudad un 12 de agosto debe levantar la cabeza orgulloso de sí mismo. Mover sus patorras, mover su torpe cuerpo entumecido por la inactividad y, como un zombi embriagado por el olor a carne fresca, dirigirse al cine más cercano para disfrutar de los 105 minutos de la primera parte del proyecto Grindhouse: Planet Terror, la peli de ese DaVinci del cine de acción llamado Robert Rodríguez.

Y como tal, como divertimento a una aburrida tarde de verano, Planet Terror no me ha decepcionado en absoluto.
Rodriguez-Tarantino, ese par de geniales macarras del celuloide me han devuelto el buen humor perdido entre visionado y visionado de películas de los finados Bergman y Antonioni...
Por ahora, todavía sin haber podido disfrutar la parte de Tarantino por culpa de la avaricia de los distribuidores, el director texano ha sabido reivindicar esa cultura popular del cine de serie Z de los años 60 y 70. Los llamados exploitation films. Homenajea el género como sólo él lo sabe hacer, a base de una historia delirante de mutantes, zombis, mujeres cañón (nunca mejor dicho), chulazos de película y múltiples guiños a otras pelis clásicas del género pero de un mayor calado como La invasión de los ultra cuerpos o La noche de los muertos vivientes.
El resultado como película es un tanto irregular, pero os aseguro que saldréis del cine con una sonrisa de oreja a oreja después de ver a un Tarantino de actor con "problemas sexuales", unos buenos efectos gore, un rollo de película desaparecido que justifica el corte de una escena y un falso tráiler de "Machetazo" absolutamente brutal.
Y como propina os dejo la escena más memorable de la peli con la que todavía me parto, me troncho y me mondo al verla:

martes, 7 de agosto de 2007

I'm lovin shit!



Ante todo y para ser honesto con todos vosotros debo reconocer mi admiración por ese gran manjar gastronómico de origen alemán llamado hamburguesa.
Como casi todo, los norteamericanos se apropiaron del invento y lo perfeccionaron. Le pusieron sésamo al pan, ketchup, pepinillos, algún que otro ingrediente secreto como el famoso diente de rata e industrializaron la producción para su comercialización en masa. Todo ello dio como resultado el burger en sus múltiples formas: Mcdonalds, Burger King, Kentucky, el añorado y "nostrat" Pokin's etc...
De acuerdo, saldré del armario dietético en que me encuentro y confieso que soy un consumidor de Big Mac's y de esas espantosas patatas fritas que hacen bailar samba a mis arterias coronarias. Eso no quiere decir que no me pirre por una caldereta de langosta o un menú de Adrià, pero el haber nacido durante la transición tiene su precio...

Con todo este grasiento bagaje cultural a mis espaldas, fui a ver la película Fast food nation de Richard Linklater, pensando que iba a ver una especie de segunda parte del muy recomendable documental Super Size Me. Pero el menú no fue mi agrado.
Utilizando como alegoría a la industria alimentaria en USA, la peli intenta narrar problemas actuales que generan nuestras sociedades basadas en la producción en masa: inmigración, trabajo precario, explotación laboral, explotación animal y uno de las dudas existenciales que ha acechado a la especie humana desde que al primer primate se le ocurrió dejar de comer carne cruda: ¿de qué co**nes están hechas las hamburguesas? Pues no os contestaré esta pregunta, amigos, pero sí os diré que un "condimento" del que siempre hemos sospechado está muy presente...
En general, la peli es flojísima. Linklater dispara a todo pero no acierta con nada. Muestra el drama de la inmigración mexicana y resulta ridículo. Intenta "perdonar" al ejecutivo panoli de la típica multinacional que, de golpe, se entera que está envenenando a sus propios hijos y empieza a replantearse la ética de su empresa, cuando lo que debería hacer es lapidarlo a base de nuggets por ser el auténtico grastronomicida de la historia. Vemos a "heroinómanos" como Ethan Hawke contando batallitas universitarias a su tierna sobrinita e intentando convencerla para que haga volar por los aires Wall Street. Como no puede, se conforma con liberar unas vacas con sus colegas del PACMA. Por no mencionar el perfil de los parias mejicanos que cruzan el río Grande y que hace que parezcan caricaturas de sí mismos: tontos o malos.
Es una peli sin alma, fría e inconexa en la que sólo destaco un par de escenas: una conversación que mantiene el ejecutivo panoli con Bruce Willis sobre las esencias de algunas atrocidades dietéticas made in USA. Y otra del mismo ejecutivo, interpretado por el siempre solvente Greg Kinnear de Little miss sunshine, con un ganadero interpretado por Kris Kristofferson.
Efectivamente, la peli responde a su objeto de estudio. Es como un menú barato de cualquier cadena de hamburgueserías. Te quita el hambre y aparentemente te gusta, pero poco después, la digestión se hace tan pesada que sólo añoras la verdurita y el pescado del buen cine.

jueves, 2 de agosto de 2007

Pero, ¿quién les ha dicho que son graciosos?



Será que me estoy volviendo senil. Será que no entiendo el sutil humor castizo. Será que cuando ponen en la tele algo más profundo que el fútbol o el anuncio de la cama Rest Form bostezo hasta que se me desencaja la mandíbula. Pero una cosa tengo clara, el fenómeno televisivo del 2007 en España, la serie de tetacinco Cámera Café, me hace la misma gracia que una proctología no deseada o la lectura de las obras completas de César Vidal con prólogo de Rouco Varela. Es decir, cero.

Las historias son un refrito de tópicos urbanos y de oficina sin ningún tipo de interés para una edad mental por encima de los 8 años... El ¿humor? acostumbra a ser más simple que el cerebro de Dinio. Los actores, a parte de estar totalmente sobreactuados por exigencia de los gags y del ritmo de la serie, no sé, tienen algo oscuro... Algo que hace que gente que me cae bien como Arturo Valls, después de verlo zascandilear en la pantalla, me parece el más digno sucesor de Andrés Pajares que haya aparecido. Y por último, la supuesta originalidad del formato. Pues claro: una cámara fija y actores desfilando delante de ella recitando un guión... ¡Vaya, creo que el vividor, perdón Su Majestad, hace lo mismo cada fin de año!

Vale, de acuerdo. La serie la ven cada día tropecientos millones de personas y, claro, es imposible que tanta gente se equivoque y blablabla... Pero bueno, con todos los respetos al gran Antonio Mercero, también nos aseguraron que Verano Azul era la máxima expresión de la ficción televisiva hispana en los 80 y mejor que no se nos ocurra ver un capítulo hoy.
En fin, si lo que queréis es ver una buena serie ambientada en el pintoresco ecosistema de una oficina, y disfrutar realmente con las miserias del sórdido mundo del bureau, únicamente tenéis que echarle un vistazo a cualquiera de las versiones de The Office. Cuando llevéis un par de capítulos seguramente encontreréis el café de máquina totalmente insípido.